martes, 15 de enero de 2008

DEBO DECIRLO UNA VEZ MÁS


Nada me provoca mayor placer en la vida que hacer estupideces. En un mundo gobernado por la ridiculez de la inteligencia y la ñoña formalidad de lo correcto, la estupidez se transforma entonces en un sublime acto terrorista que deja perplejos a quienes no han sabido mirar más allá de los parámetros de lo que su entorno definió como "una buena educación". La cárcel del modal o la condena del buen comportamiento provocan asfixias más temprano que tarde.
Lo cierto es que mis héroes siempre han sido los estúpidos. Aquellos que sin razón aparente son capaces de girar en 180 o 360 grados, al revés de los rebaños y se detienen embobados con un color colgado de un secador de ropa. Algo ocurre en esas mentes que se dejan llevar por la hermosa inutilidad que me conmueve hasta las lágrimas. El idiota de Cortázar, el imbécil de Gondry, el tarado de Wes Anderson iluminan el camino que otros se esfuerzan en mantener a oscuras.
Todo estúpido es un mago: de tanto pensar gilipolleces, saca conejos de colores de los bolsillos. Los inteligentes en cambio siempre sacarán el as bajo la manga, truco que por cierto ha devastado al mundo al nivel que hoy conocemos.
Por cierto también, vestirse como inteligente es ya de mal gusto. Mucha línea recta, poca arruga. Los estúpidos pueden cometer incluso la genialidad de ponerse zapatos cambiados y poleras al revés porque los distrajo un territorial queltehue.
Todo inteligente es previsible. Todo estúpido en cambio, es un descubridor, porque no sigue el camino, se pierde y en vez de desesperarse clasifica las hojas de los arbustos que se le cruzan y guarda semillas para una nueva siembra. Los inteligentes llamarán a investigaciones y pensarán que uno llora, pero no: un idiota nunca sabe que se pierde, porque siempre se encuentra donde está.
Reafirmo la idea de que es mejor un estúpido por su buen corazón que los inteligentes de buena cabeza. Si no mire por la ventana no más o encienda la televisión: un lugar manejado por inteligentes que quieren hacerse pasar por idiotas, cuando estos últimos harían idioteces como Seinfeld o Life on Mars, o buscarían documentar la belleza de un sapito venenoso de borneo. Por eso los estúpidos terminan, irremediablemente, en el cable. Mientras, los inteligentes miran como sube y baja el people meter, ganando o perdiendo el dinero que yace en una perdida planilla excel.