lunes, 29 de octubre de 2007

OH, JULIETTE!



Una de las mejores noticias de la década, sin duda: Juliette Binoche posó desnuda para Playboy. Caen papeles picados blancos de los edificios y estallan fuegos articiales sobre el Sena. Y en este caso, también sobre el Mapocho. Porque aquí vivo yo pues.

El asunto no es mera calentura, fascinación por una actriz bella o directamente fetichismo. El hecho de que Juliette haga detener el maremoto de rubias teñidas, operadas y siliconizadas con un cuerpo hermoso, pero normal, es un asunto para celebrar, si es que tienes alguna tendencia a buscar productos naturales, orgánicos, sin procesos químicos ni prótesis plásticas.

Hace poco me compré una edición de lujo sobre los cincuenta años de Playboy, y reconozco que las décadas de los cincuenta (esas pin up deliciosas), los sesenta (chicas hippies pelolais auténticas), y parte de los setenta (década en que empieza a quedar la debacle del bisturí), tenían con nostalgia de tiempos pasados a los "naturistas" como uno que fueron adolescentes en la era de la silicona. Aquellos que nos resistimos a las tetas estándar redondas como bolas de billar, a los labios con air bag y a los potos con relleno.

No tengo nada con las chicas planas que necesitan reafirmarse con un poco de pechugas y tampoco con las que ya han sido madres y quieren hacerse "una manito de gato" después de la agotadora y difícil maternidad. Pero estamos todos claros en que la cosa se había ido un poco al chancho y el desfile de pechugas XXL parecía la entrada nazi a París, con tanques y todo. Ya estaba bueno con la lesera. Ojalá Juliette marque el regreso de las mujeres reales, las que no tienen que ver con el ideal de la publicidad y los medios en general, como dicen asertiva y elegantemente los creativos de la Playboy francesa. Bueno, llevamos décadas con la hiperrealidad de la que hablaba el también francés Baudrillard, esa realidad inflada como globo aerostático que nos somete a la exageración del miedo, el terrorismo, el consumo desquiciado por sobre la realidad misma, que debiera bastarnos por sí sola. La anulación de ella mediante su exageración monstruosa provoca por cierto alienación, y un mundo alienado es un mundo obeso mental y físicamente. Eso decía Baudrillard y yo le creo más que a muchos medios nacionales que caen el el juego de la amplificación de realidad.

Por si alguien no lo sabe, o por si alguien piensa que Playboy es la revista de un viejito gagá que sale en E! correteando a unas minas que se lavan el pelo con blondor, un poco de memoria: Playboy fue la revista que acogió la mejor literatura de los años cincuenta y sesenta, bastión de la liberalidad en Estados Unidos, país mormón y cartucho que se escandaliza todavía con un pezón de Janet Jackson. Hemingway, Capote, Kerouac, Leary y Ginsberg atravesaron esa revista con sus plumas. Fue el derroche y la respuesta a la postguerra más elegante de ese extraño país. Tenía estilo. Y aunque su dueño lo haya perdido de tanta parranda y viagra, marcó una época más allá de los juicios sobre la mujer objeto sexual con orejas de conejo. No fue mera pornografía. Para eso Hustler.

Por último, la sola pose de la Binoche en portada -la francesa hermosa por definición, muy natural será pero por acá pasó el triunfo de la genética- provoca movimientos telúricos. Aparece tan convincente en su erotismo como en la pena que transmitía en Blue. Excitante como en Los Amantes del Pont Neuf. Es la mujer por la mujer, por como goza y se entrega, por como saber ser hembra. Con eso nos basta. En especial en primavera.

Ya, pero vamos a lo importante y medular para un vago como yo: ¿quién va a Francia y me la compra? Necesito dos ejemplares. Uno para mí y otro para mi otro yo.